sábado, 8 de diciembre de 2007

Las tortugas también vuelan...


Las tortugas también vuelan, tercera película del kurdo iraní Bahman Ghobadi camina por la delgada línea que separa la denuncia, la explotación y el chantaje emocional. Al verla es imposible olvidar que lo que vemos son niños reales, en un escenario real, que las mutilaciones que exhiben los protagonistas son dolorosamente reales y los traumas que inventa la trama son perfectamente verosímiles en un mundo demasiado acostumbrado a crímenes y atropellos como los sufridos por el pueblo kurdo. Sin embargo, este aspecto documental, que en muchos casos sirve y es casi consustancial a un buen film de denuncia, queda oculto pronto bajo la sospecha de estar siendo testigo de la explotación desvergonzada de un grupo de niños mutilados para manipular de la forma más descarada al respetable y acomodado público occidental.
La cinta trata de un grupo de niños que vive en un campamento de refugiados kurdos en la frontera entre Irak y Turquía en los días previos a la invasión estadounidense, quienes son dirigidos en sus tareas de levantamiento artesanal de minas (que más tarde venden a los empleados de la ONU) por uno de ellos, llamado Satélite por su destreza con las antenas parabólicas, y quien se enamorará de la hermana de un chico sin brazos que predice el futuro.

El gran problema de Las tortugas también vuelan es la distancia que separa la voz y la mirada del narrador de la de los protagonistas. Ghobadi filma a los niños y los horrores de la persecución del régimen de Saddam Hussein sin preocuparse demasiado en definir cuál es su propia postura como narrador frente a ellos. Uno podría pensar que por contar con actores no profesionales, locaciones reales, incluso eventos y consecuencias reales, Las tortugas también vuelan es una película que asume como propio el punto de vista de los protagonistas. Sin embargo, todo parece tan premeditado e impostado (la tragedia irremediable a la que se despeña la historia, las subtramas de amistad, lealtad y amor, los eventos paranormales como las visiones del muchacho sin brazos, la idealización sin fisuras de la nobleza de los niños, la aparición sin explicación lógica de un bebé en un campo minado, etc.) que es imposible no pensar que Ghobadi no hizo sino adaptar una historia prefabricada, una estructura bastante convencional de tragedia, al contexto que decidió filmar.
Al no asumir el punto de vista de las víctimas, los personajes terminan por volverse piezas en un rompecabezas cuyas consecuencias se les escapan, simples engranajes en una máquina narrativa. Y es por ese lugar por el que se filtran las sospechas de que Ghobadi no está sino explotando a los niños para lograr sus propios objetivos, que aunque loables (como lo será siempre una crítica a la guerra), se ven cuestionados seriamente por esa sospecha.
Al ver Las tortugas también vuelan no pude dejar de sentir que Ghobadi estaba demasiado preocupado por entregar su mensaje político y muy poco atento a sus personajes y a los mismos actores que los encarnan, a ver el horror de la guerra a través de sus ojos. En ninguna escena se hace esto más evidente que cuando el niño sin brazos tiene su visión de la guerra que se aproxima, visión que en vez de estar construida en base a sus propios recuerdos del horror se presenta como unos pocos segundos de aviones de guerra despegando de un portaaviones, misiles cayendo en Bagdad o tanques pasando por encima de la cámara, es decir, un resumen de noticias de CNN. Ésta no es la visión de la guerra del niño, sino la que tendría cualquiera de quienes constituyen el público objetivo de la cinta, que no son ni los kurdos ni los iraníes ni los iraquíes ni mucho menos los niños de un campo de refugiados, sino los espectadores de cintas extranjeras en EEUU y Europa.
Esta distancia con respecto del ser observado, por lo general de una región, etnia o condición social muy distinta al observador-cineasta, es un problema que el cine iraní ha resuelto utilizando, entre otros, dos mecanismos altamente efectivos: la improvisación o exploración documental del universo en que se trata de contar una historia (lo que implica muchas veces someterse a los vaivenes que dicta la propia realidad del rodaje y alterar la historia que se pensaba contar o al menos hacerla permeable a esta realidad), y la incorporación a la trama de un personaje ajeno al mundo narrado. El primer mecanismo se hace patente ya desde las primeras cintas que marcaron el surgimiento del cine iraní moderno como La vaca de Dariush Mehrjui (1969) o The house is black de Forugh Farrokhzad (1963) y es el que finalmente impide que el sujeto observado se conforme a una estructura predeterminada de comportamiento y personalidad; mientras el segundo mecanismo, que ha sido utilizado extensamente por Abbas Kiarostami (de quien Ghobadi fue asistente en El viento nos llevará), Jafar Panahi o Mohsen Makhmalbaf, sirve como una forma de cuestionar la propia mirada y por lo tanto evitar la "domesticación" del sujeto observado pese a su inevitable encasillamiento en ciertos marcos de ficción o "personaje".
Por supuesto estas no son las únicas dos salidas que existen, y al igual que en otras latitudes, cineastas como Jafar Pahani (en sus últimas cintas) o Samira Makhmalbaf (en sus primeras películas), han buscado otros mecanismos, como la construcción de personajes de personalidad más compleja o cuya verdadera naturaleza nunca nos es revelada del todo, seres llenos de matices y de difícil clasificación o tramas complejas y menos preestablecidas donde la sorpresa no existe como intervención de la realidad documental sino como bien pensada solución desde el guión.

Esta carencia de riesgo o cuidado a la hora de hilvanar la trama se refleja curiosamente en los momentos más logrados de Las tortugas también vuelan, las escenas en que la niña se ve enfrentada al bebé, a la relación confusa y contradictoria, altamente inquietante, de ella hacia él. Estos son los momentos mejor logrados de la cinta precisamente porque el personaje de la niña es el más complejo de todos y el único que, pese a ser víctima, muestra una fisura importante en la imagen idealizada de la víctima inocente. La niña es un ser con matices, con dudas, con maldad y odio. Sin embargo, sus apariciones no logran cambiar el perfil general de la cinta, sino más bien acentuar por contraste el maniqueísmo del resto de la trama y personajes.
A lo que voy es que no basta con hacer que niños reales actúen una trama para hacerla más auténtica si esta trama al final está tan rígidamente construida que lo mismo podría haber sido representada por actores. Para conmover y no explotar, Las tortugas también vuelan debió haber asumido antes que nada el punto de vista de los niños, lo que implicaba necesariamente haber alterado la estructura rígida y estereotipada, sin fisuras, de la tragedia que se quiere contar, o al menos haber puesto en entredicho la mirada externa, el punto de vista del que se narra.
Curiosamente el mismo Ghobadi en sus dos películas anteriores encontraba su propia solución a este problema del distanciamiento con sus actores-personas mediante el enfrentamiento de sus personajes (y del narrador) con el medio ambiente y la idea del viaje, del tránsito, que no sólo implicaba al personaje sino también al observador.
Pero Las tortugas también vuelan es la película de Ghobadi en la que la naturaleza está más ausente, reducida al papel secundario de un telón de fondo en el que pasan las desventuras de los personajes, sin adquirir nunca la fuerza y presencia física que inundaba A time for drunken horses (2000) y Marooned in Iraq (2002). Este elemento dotaba a sus películas de un anclaje vital poderoso y era el que las alejaba del peligro siempre latente de historias demasiado tópicas y personajes unidimensionales.
En este punto es importante notar cómo Las tortugas también vuelan carece, por ejemplo, de la nieve, elemento que en el cine de Ghobadi siempre tuvo una importancia fundamental (como el paso de los traficantes a través de la frontera en A time for drunken horses o la imagen final de Marooned in Iraq en que el protagonista se encuentra en medio de la nieve cargando a duras penas el bebé de su ex esposa).

Al ver Las tortugas también vuelan no podía dejar de pensar que una película que se plantea sin complejos como una obra política, con un mensaje y punto de vista claro, muchas veces en vez de permitir y propiciar el diálogo y el análisis, nos pone en una posición en la que se hace muy difícil emitir un juicio sin ser catalogados de insensibles o reaccionarios. Parece que la obra nos apuntara con una especie de pistola ideológica ante la cual debemos seguir la corriente que dicta la decencia y las buenas costumbres, lo políticamente correcto e incluso lo moralmente justo (¿quién podría mantenerse indiferente ante un niño que pierde los brazos con una mina antipersonal?). Sin embargo, de lo que hablamos es de una película y no de un proyecto político, de un tipo de cine que al igual que el arte político nos suele chantajear con la idea de que si rechazamos o cuestionamos la obra es porque en realidad estamos rechazando o cuestionando las ideas que dice defender.
Esta es una discusión que da para mucho, pero sólo quisiera decir que en el fondo tengo la sospecha que al renunciar a ser una obra más crítica de sí misma o más consiente de sus alcances y de la obligación que tiene para mantener la mirada a la altura de lo observado o de al menos estar consiente de la diferencia que separa al observador del universo retratado, al explotar a sus actores y manipular a su audiencia, una cinta como Las tortugas también vuelan se vuelve en el fondo bastante más conformista y menos libertaria de lo que quiere ser, pues perpetúa la eterna cadena de dominación económica y social que dice criticar y que se piensa está en la raíz misma de la intolerancia o el olvido en el que vive un pueblo como el kurdo. Creo que ante la tragedia de los niños de Las tortugas también vuelan el espectador occidental, en su acolchada butaca, sólo podrá experimentar lástima y en el mejor de los casos un pequeño arrebato de caridad, pero nunca salirse de su cómoda posición de observador ni entender un poco más al otro que aparece en la pantalla. Una buena película de denuncia al final no debería confundir nunca lástima por fraternidad ni caridad por justicia.


Lakposhtha hâm parvaz mikonandIrán-Irak-Francia, 2004.Dirección y guión: Bahman Ghobadi.Producción: Babak Amini, Hamid Karim Batin Ghobadi, Hamid Ghavami, Bahman Ghobadi.Fotografía: Shahriar Assadi.Montaje: Mustafa Kherqepush, Haydeh Safi-Yari.Música: Hossein Alizadeh.Elenco: Soran Ebrahim, Avaz Latif, Saddam Hossein Feysal, Hiresh Feysal Rahman, Abdol Rahman Karim.98 minutos.

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