domingo, 9 de diciembre de 2007

Good will hunting ....En busca del destino







En las producciones norteamericanas más recientes, escasean los guiones originales y sobretodo, buenos guiones.Quizá por eso sorprendió esta película, porque no procedía de ninguna novela anterior. Era una historia totalmente desconocida, llevada a la pantalla por unos actores por aquel entonces no muy populares y sobretodo lo que más sorprendió fue que Gus Van Sant aceptara dirigir el proyecto, ya que hasta aquel momento era conocido como un director independiente, polémico, y arriesgado pero que al parecer esta vez quería trabajar con el anticipio del éxito en sus manos.

Matt Damon y Ben Affleck, coescribieron la historia de un muchacho de los suburbios que posee un don especial para resolver problemas matemáticos.
Matt Damon encarna el personaje de Will, este joven superdotado en el campo de las ciencias. Él es consciente de sus facultades extraordinarias pero como no es algo que le reporte esfuerzo alguno, no lo ve como algo meritorio de elogios.
Will ha leído todo tipo de libros desde su infancia, y es capaz de memorizar su contenido al mismo tiempo que se va formando culturalmente de modo siempre autodidacta.




Trabaja en los servicios de limpieza de una prestigiosa Universidad de matemáticas y un día resuelve un problema del que ningún alumno es capaz de dar respuesta. Su anonimato se romperá por un profesor de la Universidad, quien intentará que Will saque el máximo provecho de sus facultades; unas facultades con las que este maestro siempre soñó y que ahora no le permiten conciliar el sueño, porque ve como el muchacho no sabe valorarlas del mismo modo que él.
Hasta aquí la historia no presenta ningún atisbo dramático, pero es que todavía no hemos llegado al por fin oscarizado Robin Williams, que o nos hace reir o llorar. En este caso, le tocará representar un papel muy similar al de "El club de los poetas muertos".
Will tiene unos amigos, que como él, proceden de los barrios bajos. Ellos están contentos con su situación y no hacen nada para mejorarla. Su filosofía de la vida consiste en realizar un trabajo sencillo, comer, pelearse en la calle y sobretodo, beber.
Como consecuencia de una de estas peleas en la que Will se ensaña brutalmente contra un joven, será juzgado y condenado y esta vez su elocuencia no le servirá para librarse del cumplimiento de la pena, y será el profesor que ha depositado toda su fe y su esperanza en este joven de espíritu rebelde e indomable, quien adquirirá su custodia mediante el pago de la fianza, a lo que el Juez accederá bajo la condición de que Will realice con regularidad visitas a un psiquiatra.
Robin Williams, es Sean, el psiquiatra al que debe acudir Will, para reconciliarse con su pasado: un pasado triste y desolador en el que hay que indagar para poder llegar a comprender la personalidad del muchacho.
Sólo uno de los amigos de Will (papel intepretado por Ben Affleck), intentará hacerle comprender que él no pertenece a ese tipo de vida; que debido a sus cualidades puede aspirar a algo con lo que todos sueñan y que estaría tirando por la borda un futuro más que prometedor si sigue al lado de ellos, ya que según este amigo, todos ellos están destinados al fracaso.
A todos estos personajes hay que sumar la presencia de "la chica de la película": Minnie Driver, quien despertará en Will el sentimiento de estar enamorado por primera vez.



Will es sólo un muchacho asustado que de repente se ve sometido a varias presiones exteriores:
la del profesor que le atosiga para que acceda a los mejores puestos del mercado laboral, ante la esperanza de que llegue a convertirse en un genio capaz de ayudar a la humanidad con su potente intelecto para crear nuevas fórmulas o desvirtuar teorías de reconocidos científicos que hasta ahora nos servían como método de estudio;
la de la chica, que pretende establecer con él una relación de compromiso al poco tiempo de conocerse, provocándole una sensación de inseguridad y miedo a la que deberá hacer frente si pretende seguir con ella;
la de Sean, que le enfrentará con su pasado, un pasado que le convirtió en una víctima de los malos tratos y del que no logra desprenderse. Esos recuerdos que Will guarda en su interior, le impiden el abrir su corazón a las personas, porque él de pequeño aprendió que las personas eran malvadas, y no se da oportunidad a sí mismo de demostrarse que donde menos se lo espera, puede encontrarse con un verdadero amigo, capaz de orientarle y ayudarle, de hacerle sonreir y llorar, pero sobretodo de hacerle entender que no puede seguir viviendo encerrado en su mundo de ficción, que debe demostrarse a sí mismo lo fuerte que puede llegar a ser, que debe tomar las decisiones que más le convengan, porque antes que un genio, es una persona, con unos sentimientos a los que debe prestar atención; y sobretodo nunca rendirse si realmente estás enamorado de alguien.Todo esto lo aprenderá de este entrañable psquiatra traumatizado por la muerte de su esposa, que al mismo tiempo que intenta descubrir la personalidad de Will, nos irá mostrando los secretos más ocultos de su gran corazón.
Esta película, soprende por los diálogos, por su originalidad, por la correcta interpretación de los actores. En ella hay escenas realmente emocionantes, carentes de acción, pero con unos buenos diálogos.
Quizá el mejor momento de la película es aquel en el que Sean y Will se sientan en un banco a contemplar el lago, cuando en realidad lo que están contemplando es lo que ambos esconden en su interior.
Lo único que no me resulta acorde al resto de la película es el final de la historia, que nos lleva de nuevo a un final típico del cine americano, ese final al que siempre nos conducen cuando no saben como finalizar una historia, y ésta era una buena historia.
[ALICE]










Pelicula: La lengua de las mariposas




La lengua de las mariposas remite al poeta Antonio Machado y a sus explicaciones sobre el lenguaje de estos seres. También trae su parábola: un maestro de ideas republicanas en un pueblecito perdido, en los albores de lo que sería la trágica Guerra Civil Española. La película plantea, como muchas otras, esa especial relación que une a un adulto y a un menor. Don Gregorio -Fernando Fernán Gómez- maestro ya viejo, y su alumno, Moncho -Manuel Lozano- el niño que gusta de aprender y descubrir. El maestro, con sus buenas artes, se esfuerza por entrar en un mundo en el que aporta sus experiencia como maestro y sus ideas como republicano. Su trabajo se ve en la última secuencia, en esa cara de frustración del maestro al ver a su alumno que le lanza piedras cuando va, camino del fusilamiento, detenido por los falangistas. Maestros que viven en su entorno, conectados a él, a sus problemas y dificultades, que los hay y los ha habido siempre.
La tarea del maestro debe partir de un diálogo abierto y permanente entre los mismos maestros y entre ellos y su entorno social. La escuela de hoy tiene que abrirse más a sus contextos, que inevitablemente entran a ella, y ello exige replantearse el oficio del maestro tanto en el aula como en la comunidad.
La tarea del maestro es distinta en los diferentes contextos sociales y geográficos de un país. No es lo mismo trabajar en el centro de una ciudad que en la periferia, no es lo mismo trabajar en contextos sociales relativamente estables que en lugares en donde se viven las tensiones propias de la violencia; no es lo mismo trabajar con alumnos que cuentan con todos los recursos que hacerlo en condiciones de enorme pobreza.


El contexto histórico de La lengua de las mariposas


La película trata de muchos temas: de la amistad, la escuela, la infancia, la iniciación a la vida, pero también del miedo, del terror, de las miserias de la condición humana… Habla también de la Historia. Los acontecimientos históricos que están detrás de La lengua de las mariposas”, determinan claramente la vida de los personajes, tal y como queda claro al final. Durante toda la cinta se observa un aire de nostalgia por la libertad, la esperanza y el cambio social que supuso la Segunda República española, («Gracias a la República podemos votar las mujeres», dice la madre de Moncho) y una denuncia de la bestialidad irracional de los que la derrocaron.
El golpe de estado de julio de 1936, lo urdió un sector importante del ejército (los generales Franco, Mola, Sanjurjo, Goded...), inspirado y financiado por las clases poderosas del estado, los terratenientes y la alta burguesía, que abandonaron la vía legal y parlamentaria para decantarse por las armas, el terror y la dictadura, que llevó a la muerte violenta a miles de personas partidarias de la república y de su proyecto modernizador.
El día 18 de julio de 1936, el general Franco salió de Canarias al frente del ejército insurrecto (recordar al final de la película cuando se dice «¡Hay guerra en África!»), mientras Mola declaraba el estado de guerra y ocupaba Pamplona. Paralelamente, Queipo de Llano se apoderaba de Sevilla y extendía la rebelión por Andalucía, provocando la inmediata represión contra las personas progresistas).



Sinópsis:


Finales del invierno de 1936. En un pequeño pueblo gallego, Moncho, un niño de ocho años con problemas de asma, se incorpora por primera vez a la escuela. Y tiene terror porque ha oído decir que los maestros pegan. El primer día de clase, huye aterrorizado y pasa la noche en el monte.
Don Gregorio, el maestro que no pega, tendrá que ir en persona a buscarlo a su casa. De vuelta a la escuela, y a instancias del propio maestro, Moncho es recibido con aplausos por sus compañeros.
A partir de entonces comienza el aprendizaje para el niño. Del saber y de la vida. Roque, un nuevo amigo, le descubrirá los amores apasionados de O’Lis y Carmiña. Mientras, el maestro les inculcará conocimientos tan medulares como poco académicos: el origen americano de las patatas, las habilidades del tilonorrinco o la necesidad de que las mariposas tengan la lengua en forma espiral. Al final, Moncho queda fascinado por el viejo Don Gregorio y éste, a su vez, comienza a sentir por el crío una simpatía especial. Sin embargo, esta paz se verá truncada en julio de 1936. La Guerra Civil estalla en España.


La discusión de la enseñanza, la creencia política y religiosa, el peso del conservadurismo del ambiente, y la fragmentación de las relaciones (ilustradas por ejemplo en el descubrimiento un poco perturbador del sexo), habla de un estado de cosas que se precipita a un conflicto. Un conflicto que como todos sabemos llevó a la tragedia cuando se volvió inmanejable. La escolaridad que se inicia, el ansia de aunar el conocimiento y la poesía (piénsese en Machado, en la explicación que ofrece el maestro sobre la lengua de las mariposas) se encuentran en el peor de los ambientes, y no hallan el más encantador de los cauces. La trágica brecha que se abre entre Moncho y su maestro, es además dramática, lógica. La guerra exige las más absurdas definiciones, y los odios no sólo apremian sino que se cimientan desde la autoridad (aun en la mente de un niño). Una pregunta queda a manera de reflexión conclusiva de la película. Cómo se recobrará la inocencia, y cómo se hará el diálogo posible luego de esta separación. Por otra parte, algo de la respuesta se ve en la dignidad del maestro, que al contrario del padre de Moncho, ha optado por asumir su identidad política, aún cuando esta implica la muerte.



En el film, Fernando Fernán-Gómez y Manuel Lozano llevan el peso de la historia de una manera magistral, nada extraño en el caso primero, galardonado con el Premio Donostia, pero sorpendente la actuación del joven Manuel Lozano, del que hemos podido ver cualquier sentimiento escrito en su rostro, y reforzado en la inocencia de sus ojos. Ambos actores han estado perfectamente apoyados por un conjunto de secundarios poco conocidos, pero de una calidad artística excelente, y sin los cuales la película no habría podido obtener ese acercamiento al público que consigue mantenerlo en vilo hasta la escena final.
-----El ritmo del film es calmado, no existe escenas en que se acelere el ritmo, al contrario es una película calmada en la que lo primordial es el texto, y las ideas del personaje interpretado por Fernando Fernán-Gómez cuando este se jubila como profesor del pueblo. En cierta manera sí se trata de una película muy similar a Secretos de corazón, de Montxo Armendáriz, e igual que esta tiene muchas posibilidades, compitiendo con Todo sobre mi madre de ser la película elegida por la Academia para representar a España en la próxima Ceremonia de los Oscar.
-----Película muy interesante para retomar el tema de la Guerra Civil Española en su inicio, y como la veía un niño influenciado por todo aquello que conocía, pero a la vez era neuvo para él, y de esta manera absorve todo como una esponja con lo que esto conlleva, positiva y negativamente. Todo esto queda perfectamente resumido en la magnífica escena final de la película.




Título: LA LENGUA DE LAS MARIPOSASEspaña, 95`1999

Dirección: Alejandro Amenabar

Guión: Rafael Azcona, s/ ¿Qué me quieres amor?

Fotografía: Javier Salmones

Música: Jose Luis Cuerda

Elenco: Fernando Fernán Gómez, Manuel Lozano, Uxia Blanco, Gonzalo Martín Uriarte, Alexis de los Santos, Guillermo Toledo

Cuento: La lengua de las mariposas

Manuel Rivas
(Texto completo)


«¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.
«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa». Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.
Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la batalla del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.
Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».
Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Mi padre contaba como un tormento, como si le arrancara las amígdalas con la mano, la manera en que el maestro les arrancaba la jeada del habla para que no dijeran ajua ni jato ni jracias. «Todas las mañanas teníamos que decir la frase 'Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo'. ¡Muchos palos llevábamos por culpa de Juadalagara!» Si de verdad quería meterme miedo, lo consiguió. La noche de la víspera no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el reloj de la pared en la sala con la angustia de un condenado. El día llegó con una claridad de mandil de carnicero. No mentiría si les dijera a mis padres que estaba enfermo.
El miedo, como un ratón, me roía por dentro.
Y me meé. No me meé en la cama sino en la escuela.
Lo recuerdo muy bien. Pasaron tantos años y todavía siento una humedad cálida y vergonzosa escurriendo por las piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio escondido con la esperanza de que nadie se percatara de mi existencia, hasta poder salir y echar a volar por la Alameda.
«A ver, usted, ¡póngase de pie!»
El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto que la orden iba para mi. Aquel maestro feo como un bicho me señalaba con la regla. Era pequeña, de madera, pero a mi me pareció la lanza de Abd el-Krim.
«¿Cuál es su nombre?»
«Gorrión»
Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me batieran con latas en las orejas.
«¿Gorrión?»
No recordaba nada. Ni mi nombre. Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en la memoria. Miré cara al ventanal, buscando con angustia los árboles de la alameda.
Y fue entonces cuando me meé.
Cuando se dieron cuenta los otros rapaces, las carcajadas aumentaron y resonaban como trallazos.
Huí. Eché a correr como un loquito con alas. Corría, corría como solo se corre en sueños y viene tras de uno el Sacaúnto. Yo estaba convencido de que eso era lo que hacía el maestro. Venir tras de mi. Podía sentir su aliento en el cuello y el de todos los niños, como jauría de perros a la caza de un zorro. Pero cuando llegué a la altura del palco de la música y miré cara atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba solo con mi miedo, empapado de sudor y de meos. El palco estaba vacío. Nadie parecía reparar en mi, pero yo tenía la sensación de que toda la villa estaba disimulando, que docenas de ojos censuradores acechaban en las ventanas, y que las lenguas murmuradoras no tardarían en llevarle la noticia a mis padres. Las piernas decidieron por mí. Caminaron hacia el Sinaí con una determinación desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta A Coruña y embarcaría de polisón en uno de esos navíos que llevan a Buenos Aires.
Desde la cima del Sinaí no se veía el mar sino otro monte más grande todavía, con peñascos recortados como torres de una fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y nostalgia lo que tuve que hacer aquel día. Yo sólo, en la cima, sentado en silla de piedra, bajo las estrellas, mientras en el valle se movían como luciérnagas los que con candil andaban en mi búsqueda. Mi nombre cruzaba la noche cabalgando sobre los aullidos de los perros. No estaba sorprendido. Era como si atravesara la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando llegó donde mi la sombra regia de Cordeiro. Me envolvió con su chaquetón y me abrazó en su pecho. «Tranquilo Gorrión, ya pasó todo».
Dormí como un santo aquella noche, pegadito a mamá. Nadie me reprendió. Mi padre se había quedado en la cocina, fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule, las colillas amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como pasara cuando había muerto la abuela.
Tenía la sensación de que mi madre no me había soltado de la mano en toda la noche.
Así me llevó, agarrado como quien lleva un serón en mi vuelta a la escuela. Y en esta ocasión, con corazón sereno, pude fijarme por vez primera en el maestro. Tenía la cara de un sapo.
El sapo sonreía. Me pellizcó la mejilla con cariño. «¡Me gusta ese nombre, Gorrión!». Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero lo más increíble fue cuando, en el medio de un silencio absoluto, me llevó de la mano cara a su mesa y me sentó en su silla. Y permaneció de pie, agarró un libro y dijo:
«Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso». Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. «Bien, y ahora, vamos a comenzar con un poema. ¿A quien le toca? ¿Romualdo? Ven, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta».
A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas.
«Una tarde parda y fría...»
«Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?»«Una poesía, señor».
«¿Y como se titula?»
«Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado»
«Muy bien, Romualdo, adelante. Despacito y en voz alta. Repara en la puntuación»
El llamado Romualdo, a quien yo conocía de acarrear sacos de piñas como niño que era de Altamira, carraspeó como un viejo fumador de picadura y leyó con una voz increíble, espléndida, que parecía salida de la radio de Manolo Suárez, el indiano de Montevideo.
«Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una marcha carmín...
«Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia, Romualdo?», preguntó el maestro.
«Que llueve después de llover, don Gregorio».
«¿Rezaste?», preguntó mamá, mientras pasaba la plancha por la ropa que papá cosiera durante el día. En la cocina, la olla de la cena despedía un aroma amargo de nabiza.
«Pues si», dije yo no muy seguro. «Una cosa que hablaba de Caín y Abel».
«Eso está bien», dijo mamá. «No se por que dicen que ese nuevo maestro es un ateo».
«¿Qué es un ateo?»
«Alguien que dice que Dios no existe». Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón.
«¿Papá es un ateo?»
Mamá posó la plancha y me miró fijo.
«¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada?»
Yo había escuchado muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios.
Decían dos cosas: Cajo en Dios, cajo en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de verdad en Dios.
«¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?»
«¡Por supuesto!»
El hervor hacía bailar la tapa de la olla. De aquella boca mutante salían vaharadas de vapor e gargajos de espuma y berza. Una abeja revoloteaba en el techo alrededor de la lámpara eléctrica que colgaba de un cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada como cada vez que tenía que planchar. Su cara se tensaba cuando marcaba la raya de las perneras. Pero ahora hablaba en un tono suave y algo triste, como si se refiriera a un desvalido.
«El Demonio era un ángel, pero se hizo malo».
La abeja batió contra la lámpara, que osciló ligeramente y desordenó las sombras.
«El maestro dijo hoy que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?»
«Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?»
«Mucho. Y no pega. El maestro no pega»
No, el maestro don Gregorio no pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, «parecen carneros» y hacía que se dieran la mano.
Luego, los sentaba en el mismo pupitre. Así fue como hice mi mejor amigo, Dombodán, grande, bondadoso y torpe. Había otro rapaz, Eladio, que tenía un lunar en la mejilla, en el que golpearía con gusto, pero nunca lo hice por miedo a que el maestro me mandara darle la mano y que me cambiara junto a Dombodán. El modo que tenía don Gregorio de mostrar un gran enfado era el silencio.
«Si ustedes no se callan, tendré que callar yo».
Y iba cara al ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, desasosegante, como si nos dejara abandonados en un extraño país.
Sentí pronto que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que tocaba era un cuento atrapante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y el sístole y diástole del corazón. Todo se enhebraba, todo tenía sentido. La hierba, la oveja, la lana, mi frío. Cuando el maestro se dirigía al mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminara la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relincho de los caballos y el estampido del arcabuz. Íbamos a lomo de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras.
Hacíamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribimos cancioneros de amor en Provenza y en el mar de Vigo. Construimos el Pórtico da Gloria. Plantamos las patatas que vinieron de América. Y a América emigramos cuando vino la peste de la patata.
«Las patatas vinieron de América», le dije a mi madre en el almuerzo, cuando dejó el plato delante mío.
«¡Que iban a venir de América! Siempre hubo patatas», sentenció ella.
«No. Antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz». Era la primera vez que tenía clara la sensación de que, gracias al maestro, sabía cosas importantes de nuestro mundo que ellos, los padres, desconocían.
Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche con azúcar y cultivaban hongos. Había un pájaro en Australia que pintaba de colores su nido con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba tilonorrinco. El macho ponía una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra.
Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el mejor discípulo. Había sábados y feriados que pasaba por mi casa y íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del río, las gándaras, el bosque, y subíamos al monte Sinaí. Cada viaje de esos era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro. Una mantis. Una libélula. Un escornabois. Y una mariposa distinta cada vez, aunque yo solo recuerde el nombre de una es la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima posada en el barro o en el estiércol.
De regreso, cantábamos por las corredoiras como dos viejos compañeros. Los lunes, en la escuela, el maestro decía: «Y ahora vamos a hablar de los bichos de Gorrión».
Para mis padres, esas atenciones del maestro eran una honra. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos. «No hacía falta, señora, yo ya voy comido», insistía don Gregorio. Pero a la vuelta, decía: «Gracias, señora, exquisita la merienda».
«Estoy segura de que pasa necesidades», decía mi madre por la noche.
«Los maestros no ganan lo que tienen que ganar», sentenciaba, con sentida solemnidad, mi padre. «Ellos son las luces de la República».
«¡La República, la República! ¡Ya veremos donde va a parar la República!»
Mi padre era republicano. Mi madre, no. Quiero decir que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como enemigos de la Iglesia.
Procuraban no discutir cuando yo estaba delante, pero muchas veces los sorprendía.
«¿Qué tienes tu contra Azaña? Esa es cosa del cura, que te anda calentando la cabeza»
«Yo a misa voy a rezar», decía mi madre.
«Tu, si, pero el cura no»
Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le gustaría «tomarle las medidas para un traje».
El maestro miró alrededor con desconcierto.
«Es mi oficio», dijo mi padre con una sonrisa.
«Respeto muchos los oficios», dijo por fin el maestro.
Don Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año y lo llevaba también aquel día de julio de 1936 cuando se cruzó conmigo en la alameda, camino del ayuntamiento.
«¿Qué hay, Gorrión? A ver si este año podemos verles por fin la lengua a las mariposas»"
Algo extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa, pero no se movía. Los que miraban para la derecha, viraban cara a la izquierda. Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, estaba sentado en un banco, cerca del palco de la música. Yo nunca vi sentado en un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era que venía una tormenta.
Sentí el estruendo de una moto solitaria. Era un guarda con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y miró cara a los hombres que conversaban inquietos en el porche. Gritó: «¡Arriba España!» Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de estallidos.
Las madres comenzaron a llamar por los niños. En la casa, parecía haber muerto otra vez la abuela. Mi padre amontonaba colillas en el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido, como abrir el grifo del agua y lavar los platos limpios y guardar los sucios.
Llamaron a la puerta y mis padres miraron el picaporte con desasosiego. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en la casa de Suárez, el indiano.
«¿Saben lo que está pasando? En la Coruña los militares declararon el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil»
«¡Santo cielo!», se persignó mi madre.
«Y aquí», continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyeran, «Se dice que el alcalde llamó al capitán de carabineros pero que este mandó decir que estaba enfermo».
Al día siguiente no me dejaron salir a la calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas, como si de pronto cayera el invierno y el viento arrastrara a los gorriones de la Alameda como hojas secas.
Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. Mamá salió para ir a la misa y volvió pálida y triste, como si se hiciera vieja en media hora.
«Están pasando cosas terribles, Ramón», oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él había envejecido. Peor todavía. Parecía que había perdido toda voluntad.
Se arrellanó en un sillón y no se movía. No hablaba. No quería comer.
«Hay que quemar las cosas que te comprometan, Ramón. Los periódicos, los libros. Todo»
Fue mi madre la que tomó la iniciativa aquellos días. Una mañana hizo que mi padre se arreglara bien y lo llevó con ella a la misa. Cuando volvieron, me dijo: «Ven, Moncho, vas a venir con nosotros a la alameda».
Me trajo la ropa de fiesta y, mientras me ayudaba a anudar la corbata, me dijo en voz muy grave: «Recuerda esto, Moncho. Papá no era republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy importante, Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro».
«Si que lo regaló».
«No, Moncho. No lo regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regalo!»
Había mucha gente en la Alameda, toda con ropa de domingo. Bajaran también algunos grupos de las aldeas, mujeres enlutadas, paisanos viejos de chaleco y sombrero, niños con aire asustado, precedidos por algunos hombres con camisa azul y pistola en el cinto. Dos filas de soldados abrían un corredor desde la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque entoldado, como los que se usaban para transportar el ganado en la feria grande.
Pero en la alameda no había el alboroto de las ferias sino un silencio grave, de Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera parecían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en la fachada del ayuntamiento.
Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada. Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardas, salieron los detenidos, iban atados de manos y pies, en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, el de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero q quien llamaban Hércules, padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo como un sapo, el maestro.
Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos. Poco a poco, de la multitud fue saliendo un ruge-ruge que acabó imitando aquellos apodos.
«¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!»
«Grita tu también, Ramón, por lo que más quieras, ¡grita!». Mi madre llevaba agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza para que no desfalleciera. « ¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!»
Y entonces oí como mi padre decía «¡Traidores» con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, «¡Criminales! ¡Rojos!» Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados, con la mirada enfurecida cara al maestro. «¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!»
Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. «¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre¡». Nunca le había escuchado llamar eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol. «Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso». Pero ahora se volvía cara a mi enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre. «¡Grítale tu también, Monchiño, grítale tu también!»
Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás lanzando piedras. Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: «¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!».

sábado, 8 de diciembre de 2007

Todo sobre mi madre...


"Todo sobre mi madre podría tener como divisa una frase famosa de una mujer, Mme. de Stäel, que dijo:" Comprenderlo todo es perdonarlo todo". Esa es la filosofía según Pedro Almodóvar"G. Cabrera Infante, El País, 16-Mayo-1999


Manuela (Cecilia Roth) siente la necesidad imperiosa de buscar al padre del hijo que acaba de perder en un accidente. La gran obsesión vital del chico fue la de saber quién era su padre, algo que ella siempre le escondió. Con esa intención Manuela viaja a Barcelona, donde se reencontrará con él, aunque ahora transformado en Lola (Toni Cantó).



(Texto completo)


TODO SOBRE ALMODÓVAR

Guillermo Cabrera Infante


"Todo sobre mi madre" es, en efecto todo sobre Almodóvar. Es la película del artista nada adolescente: los personajes convertidos en personas (los que llevan la máscara) que al juntarse componen el retrato del autor y su ideología esbozada en "kika" y "Tacones lejanos". Si por ideología se entiende, como quiso el originador del concepto, una zoología humana. O mejor una suerte de antropología que es una teoría de la naturaleza humana. Dijo el poeta Pope que "el estudio apropiado de la humanidad es el estudio del hombre". Almodóvar corrige a Pope ahora al demostrar que el estudio de la humanidad empieza con la mujer: lo que Eva tiene, Adán lo quiere. En ninguna de sus películas ha centrado tanto Almodóvar su universo concéntrico en la mujer. Esta vez, los hombres son mujeres, y el catalizador de estas vidas, Lola, es en realidad un transexual: un hombre convertido en mujer. Ellas van desde una enfermera, Manuela, hasta una enferma, Rosa. Son mujeres gravemente enfermas. Pero el mal de Manuela, que es el dolor tremendo de haber perdido a su hijo único, tiene cura en la consolación. La enfermedad de Rosa, el sida, es incurable, mortal. Manuela va de tragedia en tragedia tratando, sin saberlo, de superarlas. Ella regresa del Madrid al que ha huido a la Barcelona de que huyó como un Proust práctico. No va a encontrar la nostalgia, sino a darle dirección a su vida sin sentido y experimenta toda casualidad como causalidad. ¿Es casual que al llegar se encuentre con su antigua amiga, Agrado, haciendo la calle como una mujer de la vida y casi de la muerte? Agrado es un transexual que guarda entre las piernas todavía un recuerdo de su heterosexualidad. Una nueva amiga, Rosa, joven, está preñada, lo sabe, y herida de muerte y no lo sabe. Irónicamente -la película es un constante juego de ironías-, el padre del hijo de Manuela es el mismo padre del hijo por venir de Rosa, Lola, a quien no veremos hasta el final revelador. "Todo sobre mi madre" es una versión trágica de "La ronda". Pero donde Arthur Schnitzler ponía la sífilis como "trait-d'union", el guión como guía, el mal de amor de ahora es el sida. En una de las escenas más horriblemente hermosas del filme, cuando Manuela llega a Barcelona, su taxi se encuentra atrapada en una suerte de carrusel depravado donde los buscones en su auto dan vueltas y revueltas alrededor de las busconas en la calle. Son todas, casi lo adivinamos, una ronda de veras de travestis y transexuales, todas mujeres de la vida, de la noche. Aquí la fotografía alucinante y la música evocadora de ese paraíso perdido que es la inocencia valen la pena -por no decir el pene-. Que es lo que está en cuestión: tenerlo o no tenerlo. Como siempre, Almodóvar hace sus guiños con un solo ojo, la cámara. LA película comienza como un presagio: el hallazgo de un donante por Manuela. La escena siguiente junta a Manuela y su hijo. Que pronto donará también su corazón, cenando y mirando la televisión, donde va a comenzar "Eva al desnudo". El hijo dice que ése no es el título original, que es "Todo sobre Eva", y la madre declara: "Es un título raro". Sin saber ella que será Eva y la madre y lo sabremos todo sobre ella. Éste es el primer gran guiño que hace Almodóvar al espectador. Habrá otros. Como "Un tranvía llamado Deseo", que es mucho más que un guiño, ya que su representación en escena es un leitmotiv que se hace Lehrstuck: el motivo diseñado para educar a los actores más que entretener al público. La obra de Tennesse Williams, el Deseo, no es el nombre de un tranvía, sino la trampa en que caerán todos los personajes, sobre todo la actriz Huma Rojo (magistralmente encarnada por Marisa Paredes, que muestra aquí toda la gama histriónica que le ofrecen el teatro y la vida al mismo tiempo) el personaje que desencadena la tragedia. Otros guiños menores son Boris Vian, el juego joyceano con las palabras romántico y reumático, la mención a "Cómo casar un millonario", la señora de casa que falsifica Chagalls, la simulación de una secuencia médica que remita a "Kika" y a "La flor…", y que se repetirá a hora como realidad. (Aquí, Almodóvar recuerda la frase inglesa para quirófano, teatro de operaciones). Manuela le regala a su hijo que va a morir un ejemplar de "Música para camaleones", de Truman Capote, un autor que Almodóvar parece preferir. Como siempre, los actores (en este caso, las actrices, porque es una película de mujeres por mujeres, y entre ellas Cecilia Roth carga con todo el peso de su tragedia en una actuación ejemplar) no representan, sino que son los personajes. Nadie más memorable que Antonia San Juan, que es una actriz haciendo de un hombre que se ha vuelto mujer, en un juego de las transformaciones, que es el único personaje cómico en una película trágica, triste. Su mejor momento es su monólogo de ocasión, que es uno de los grandes pasajes cómicos en el cine de Almodóvar. Termina con una nota seria en el teatro que podría ser si programa de la vida de la película y de la película en la vida. Dice ella: "Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma". Al final aparece el causante de la preñez de Manuela y de la enfermedad de Rosa: es Lola, y se la ve en un cementerio donde entierran a Rosa casi como Ofelia. La aparición, eso es lo que es, de una extraña belleza mórbida que no por gusto recuerda al conde Drácula: es el maligno agente de la muerte. "La sangre es vida", declamaba Drácula. Aquí, sin embargo, la sangre es la muerte. Hay un doble intento de final feliz en esta compleja trama que es, de veras, la mejor película de Almodóvar. El hijo que Rosa pare (parecería que Penélope Cruz está en las películas de Almodóvar para dar a luz entre las sombras) ha heredado el mal del siglo, pero su moribundo padre, que ahora parece su madre, conoce al hijo, que salvará en un milagro. Manuel viaja y vuelve a Barcelona. Pedro Almodóvar, que antes inventó a Madrid, parece ahora reclamar a Barcelona como suya. Guay, Gaudí. El último fotograma de "Todo…" es la última visión y el último guiño. Ahí está Marisa Paredes recortada contra una pared verde y dice de pronto, misteriosa: "Hasta luego". Desde "Vértigo", desde que Kim Novak revela al espectador su gran misterio (ella es la que viene viva de entre los muertos), no había visto yo en la pantalla otro rostro tan angustiado por su pasado que amenaza en convertirse en su único futuro posible. "Todo sobre mi madre" podría tener como divisa una frase famosa de una mujer, Mme. De Stael, que dijo: "Comprenderlo todo es perdonarlo todo". Ésa es la filosofía según Pedro Almodóvar. El País, 16 de mayo de 1999.


" Domina el enrevesado tinglado que emprende, deja caer en la pantalla ideas arguméntales y situaciones muy ingeniosas, esboza los hilos de media docena de personajes insólitos y hechos a la medidas de sus interpretes, teje con suma habilidad estos hilos, combina sirviéndose de ellos melodrama y comedia, nos hace pasar del lagrimeo a la carcajada en vaivenes formales personalísimos y perfectamente medidos; y da lecciones de buen oficio en el arte y la artimaña de la fabulación."Ángel Fernández Santos, El País, 18-Abril-1999
"Película magnífica en su modulación emotiva, articulada sobre una base dramática que admite siempre notas de humor, y que despeja muchas incógnitas que se cernían en los últimos tiempos sobre el cine de Pedro Almodóvar."Quim Casas, El Periódico, 17-Abril-1999




[...] Almodóvar se alzó con el premio al mejor director en el Festival de Cannes este año por este conmovedor -y a veces desolador- homenaje a la maternidad y a las actrices, a los hombres que se visten como mujeres y mujeres disfrazadas que ejercen diariamente el poder gracias al arte dramático de la mentira [...] Con pequeñas excepciones, Almodóvar manipula el argumento barroco con la destreza de un mago. "Todo sobre mi madre" es una adoración, la historia de la reunión de una familia y recreación de la familia. La película se hace eco de la famosa sentencia de Blanche Dubois: "Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños"Thelma Adams, The New York Post, 24 de septiembre de 1999




"Pedro Almodóvar ama a las mujeres. Más concretamente, ama la femineidad, que es por lo que "Todo sobre mi madre" capta la atención no sólo de las mujeres si no de aquellos que unirse a [...] Almodóvar toca fibras que nunca creías serían tocadas. La película, como sus personajes, es más que la suma de sus partes".Jami Bernard, The Daily News, 24 de septiembre de 1999




"[...] Con "Todo sobre mi madre", Almodóvar nos da la más sentida de sus películas - un tributo profundo a las mujeres, las actrices el arte y "la amabilidad de los extraños". Almodóvar puede haber madurado a una edad mediana, pero sus personajes son aún más viscerales que nunca [...] Divertida y profunda, la película sigue los caminos que esas mujeres emplean para salvarse las unas a las otras. Esto es humanidad en drag: la apasionada redefinición de los valores humanos por Almodóvar."David Ansen, Newsweek, 22 de noviembre de 1999



"El décimo tercer filme de Pedro Almodóvar es un pequeño modelo de escritura. Las situaciones más delirantes suenan a verdaderas y no se le escapan nunca, los diálogos mueven ríos de emoción sin parecer largas. Se le ha apreciado como cineasta "a la moda" a lo largo de los años, sin perder jamás el sentido del cine-espectáculo, pero se ha transformado en un clásico, como Woody Allen o Bergman. ¿Su mejor película? Al menos la mejor resuelta, la más calurosa, la más conmovedora."Carlos Gómez, Le Journal du Dimache, 23 de mayo de 1999.




"La Obra Maestra de Almodóvar. Colores chillones. Putas, travesis y Sida en primer plano: Almodóvar, siempre fiel a su universo y a su leyenda. Y sin embargo. ¡Cuánto camino recorrido! Se aleja de la fiesta chusca, provocadora y endiablada de los años después de la "Movida". La mujeres, omnipresentes, ya no están al borde de un ataque de nervios. Lloran con la tragedia cotidiana (...) "Todo sobre mi madre" es un melodrama. Y una obra maestra...".Pierre Billard, Le Point, 21 de mayo de 1999.



"...Homenaje enamorado a "All About Eve" (Mankiewicz), "Opening Nigth" (Cassavetes) y "Un tranvía llamado deseo", la obra de Tennessee Williams; la nueva locura de Almodóvar, atravesada por una "armada" de "chicas" (Cecilia Roth, Marisa Paredes, Antonia San Juan , Penélope Cruz) confronta a todas estas madres potenciales (transexuales, travestis, monjas...) con la tragedia de la vida y de la muerte. Bienvenido a "Almodovaria".G.M. L'Express, 20 de mayo de 1999.




"... El cineasta imbrica una fábula sobre el teatro, un documento sobre el barrio chino de Barcelona, un panfleto social, un reportaje sobre el transplante de órganos (otra forma de mantener la cadena de la vida). Al comienzo de la película se muestra un plano - audacia formal de la que Almodóvar está acostumbrado- transforma la pantalla en una página en blanco, donde un lápiz escribe. "Todo sobre mi madre" es un block de notas personal, no el resultado de una ingeniería de guión o de realización. En el centro de todo este vasto monumento, hay un hombre, un artista que dice "yo", Pedro Almodóvar".J.-M.F. Le Monde, 18 de mayo de 1999.



"La mejor película del año... "Todo sobre mi madre" muestra a Almodóvar en la cima de su madurez cinematográfica y emocional... este "screwball melodrama" tiene más argumento y personajes de peso que todas las otras películas de Cannes juntas, y más papeles excelentes para mujeres en sus 101 minutos de los que le tout Hollywood podría soñar en un año".Richard Shinckel, Time Magazine, junio-1999



"Todo sobre mi madre" es vista por muchos como el éxito supremo en la carrera de un director cuya personal habilidad de casar drama y comedia nunca se ha ejercitado con tan gran efecto"John Anderson, Newsday, septiembre-1999



"Todo sobre mi madre" es una película esencial. Un torrente de amor loco que se desliza bajo nuestros ojos llenos de lágrimas"Gerard Lefort, Liberation "Todo sobre mi madre" es digna de encontrarse en todas las filmotecas entre "Eva al desnudo" de Joseph Mankiewicz, "Mujeres" de George Cukor e "Imitación a la vida" de Douglas Sirk. En su decimotercera película, Almodóvar, en plena madurez y en plena maestría de su talento, ha sido tocado por la gracia".Michael Rebichon, Studio

Volver...


"Los mejores poetas vienen siempre de lo concreto, de lo preciso, de lo específico... del instinto para hacer universal el arte ceñido a unas calles de París". Las palabras del poeta Derek Walcott a propósito de Baudelaire ilustran el funcionamiento de los extraordinarios ojos de Pedro Almodóvar.
Tres generaciones de mujeres sobreviven al viento solano, al fuego, a la locura, a la superstición e incluso a la muerte a base de bondad, mentiras y una vitalidad sin límites.Ellas son Raimunda (Penélope Cruz) casada con un obrero en paro y una hija adolescente (Yohana Cobo). Sole (Lola Dueñas), su hermana, se gana la vida como peluquera. Y la madre de ambas, muerta en un incendio, junto a su marido (Carmen Maura). Este personaje se aparece primero a su hermana (Chus Lampreave) y después a Sole, aunque con quien dejó importantes asuntos pendientes fue con Raimunda y con su vecina del pueblo, Agustina (Blanca Portillo). " Volver" no es una comedia surrealista, aunque en ocasiones lo parezca. Vivos y muertos conviven sin estridencias, provocando situaciones hilarantes o de una emoción intensa y genuina. Es una película sobre la cultura de la muerte en mi Mancha natal. Mis paisanos la viven con una naturalidad admirable. El modo en que los muertos continúan presentes en sus vidas, la riqueza y humanidad de sus ritos hace que los muertos no mueran nunca.“Volver” destruye los tópicos de la España negra y propone una España tan real como opuesta. Una España blanca, espontánea, divertida, intrépida, solidaria y justa.
Es Volver una película coral femenina, una historia de solidaridad entre mujeres. Una mujer que es madre de otra que a su vez es madre de otra. La maternidad como vínculo esencial de la familia. Las tres encadenadas por un vínculo estrechísimo y terrible con un hombre. Penélope Cruz, casada con un obrero en paro y con una hija adolescente, Yohana Cobo; Lola Dueñas, su hermana, apocada separada que parece condenada a la soltería y se gana la vida como peluquera; y Carmen Maura, la madre de ambas, muerta en un incendio junto a su marido. El fantasma de Carmen se va apareciendo a las mujeres que fueron parte de su vida, en esta historia castiza de fantasmas y de vida después de la muerte.
"Vivos y muertos conviven sin estridencias, provocando situaciones hilarantes o de una emoción intensa y genuina –
ha dicho Pedro Almodóvar–. Es una película sobre la cultura de la muerte en mi Mancha natal. Mis paisanos la viven con una naturalidad admirable. El modo en que los muertos continúan presentes en sus vidas, la riqueza y humanidad de sus ritos hace que los muertos no mueran nunca. Volver destruye los tópicos de la España negra y propone una España tan real como opuesta. Una España blanca, espontánea, divertida, intrépida, solidaria y justa".

Nadie, desde García Lorca, había sabido expresar como Pedro Almodóvar el modo de ser femenino. El universo sufriente y agónico, represivo, de La casa de Bernardo Alba y Yerma, que Almodóvar había hecho suyo –en ¡Qué he hecho yo para merecer esto! O en Mujeres al borde de un ataque de nervios–, deja paso aquí a una celebración de la familia en clave femenina.

Esta es la película más gozosa, hermosa y libre que ha rodado Almodóvar. Una declaración de amor a las mujeres de carne y hueso, sin caer en los estereotipos del feminismo de género militante o en las modas impuestas por el feminismo paritario. Por el contrario, desde un feminismo individualista y libertario, las mujeres almodovarianas hacen lo que les sale de las hormonas, carnales y sentimentales. Buenas cuando son buenas, y mejores cuando malas.

También es una de las películas más hermosamente españolas que se han hecho jamás. Es Volver, como indicaba Almodóvar, un canto a la España profunda, al pueblo andaluz, aragonés, castellano, catalán... que todos llevamos dentro. No es la magdalena de Proust, sino los pestiños, los mantecados, las morcillas que el urbanita sobrevenido que es Almodóvar recuerda. Un viaje a la memoria de aquella tía que nos estampaba diez besos encadenados en el patio de una casa en la que el frío se combatía con un brasero de picón. Y es que Almodóvar, a través de detalles infinitesimales pero decisivos, consigue que los aromas de la España esencial, es decir de españoles y, sobre todo, españolas esenciales, se cuelen en la sala de cine, haciéndonos olvidar la fritanga palomitera.

Como casi siempre en su cine, sin embargo, los personajes masculinos son meras sombras –banales en el mejor de los casos, amenazantes y peligrosos en el peor– de un universo poblado por unas amazonas siempre a punto de proclamar la República Independiente de Lesbos. Se revela así la dimensión cuidadora y empática del sexo doble-X, que el director manchego retrata como si estuviera hecho de diamante: increíblemente duro, increíblemente frágil, resistente a la vez que vulnerable.

El secreto que mantiene el suspense se adivina pronto, lo que no es impedimento para que la atención se incremente a medida que Almodóvar va desgranando una serie de magistrales secuencias: la inicial, en la que un batallón femenino limpia tumbas azotadas por el viento solano; un velatorio como forma de apoyo a las familiares pero también como acto social en el que no falta el chismorreo malediciente; o la conexión secreta que se vuelve a establecer entre madre e hija por medio de una canción eterna que suena como si fuera la primera vez.

El buen ojo de Almodóvar para la puesta en escena colorista, a medio camino entre la estética pop y la del surrealismo, en la que participa el ya clásico director de fotografía Jose Luis Alcaine, se complementa con el oído que presta a los giros dialectales: sus personajes se "inritan" y se "riyen", sin caer en la afectación costumbrista y cazurra.

Volver es también el retorno del tándem Almodóvar-Maura. Las desavenencias personales los alejaron diecisiete años, tras Mujeres al borde de un ataque de nervios. Pero parece que fue ayer. Maura está perfecta como esposa despechada y madre amantísima. Su capacidad inigualable para pasar de la comedia al dramón en milésimas de segundo la hace ser la chica Almodóvar, con mayúsculas. Junto a ella, Lola Dueñas, Chus Lampreave, Yohana Cobo y Blanca Portillo realizan interpretaciones llenas de contundencia y delicadeza, en soberbios ejercicios de contención interpretativa.

Pero es Penélope Cruz el auténtico milagro. Explícitamente Almodóvar ha subrayado el modelo de la donna italiana, de Sofía Loren a Anna Magnani, en las que la carnalidad exuberante no está reñida con la calidad interpretativa. Y Penélope Cruz está a la altura de sus modelos. No sólo es que se contonee con la gracia de una Marilyn de barrio, que explote sin rubor el mejor escote del cine mundial o que tenga unos ojos negros tan profundos como el mar (de plomo); es que sabe conjugar todo ello en la interpretación de una canción que "quita el sentío", el tango que da título a la película y que es cantada por ese otro prodigio que es Estrella Morente.

Volver va a participar, aunque aún no se ha hecho oficial, en el
Festival de Cannes. Que el más elitista de los certámenes acoja una película del despreciado, por antiguo y reaccionario formalmente, cine español ya es noticia. Pero es que, sin duda, con esta película Almodóvar será uno de los grandes favoritos, junto a, si finalmente se confirman, David Lynch, Nanni Moretti, Brian de Palma, Richard Linklater, Sofia Coppola y otros grandes de la cinematografía mundial. Y dado que el presidente del Jurado es el chino Wong Kar Wai, el único que le puede disputar al español el cetro de Rey del Melodrama, no sería de extrañar que el director manchego uniese su nombre al de Luis Buñuel, con quien comparte el riesgo formal, la voluntad provocadora y el ir directo a las raíces, en la lista de ganadores españoles de la Palma de Oro.


Volver (España, 2005; 110 min). Dirección y guión: Pedro Almodóvar. Intérpretes: Penélope Cruz, Carmen Maura, Blanca Portillo, Lola Dueñas, Yohana Cobo, Chus Lampreave. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias. Calificación: Excelente (9/10).

Las tortugas también vuelan...


Las tortugas también vuelan, tercera película del kurdo iraní Bahman Ghobadi camina por la delgada línea que separa la denuncia, la explotación y el chantaje emocional. Al verla es imposible olvidar que lo que vemos son niños reales, en un escenario real, que las mutilaciones que exhiben los protagonistas son dolorosamente reales y los traumas que inventa la trama son perfectamente verosímiles en un mundo demasiado acostumbrado a crímenes y atropellos como los sufridos por el pueblo kurdo. Sin embargo, este aspecto documental, que en muchos casos sirve y es casi consustancial a un buen film de denuncia, queda oculto pronto bajo la sospecha de estar siendo testigo de la explotación desvergonzada de un grupo de niños mutilados para manipular de la forma más descarada al respetable y acomodado público occidental.
La cinta trata de un grupo de niños que vive en un campamento de refugiados kurdos en la frontera entre Irak y Turquía en los días previos a la invasión estadounidense, quienes son dirigidos en sus tareas de levantamiento artesanal de minas (que más tarde venden a los empleados de la ONU) por uno de ellos, llamado Satélite por su destreza con las antenas parabólicas, y quien se enamorará de la hermana de un chico sin brazos que predice el futuro.

El gran problema de Las tortugas también vuelan es la distancia que separa la voz y la mirada del narrador de la de los protagonistas. Ghobadi filma a los niños y los horrores de la persecución del régimen de Saddam Hussein sin preocuparse demasiado en definir cuál es su propia postura como narrador frente a ellos. Uno podría pensar que por contar con actores no profesionales, locaciones reales, incluso eventos y consecuencias reales, Las tortugas también vuelan es una película que asume como propio el punto de vista de los protagonistas. Sin embargo, todo parece tan premeditado e impostado (la tragedia irremediable a la que se despeña la historia, las subtramas de amistad, lealtad y amor, los eventos paranormales como las visiones del muchacho sin brazos, la idealización sin fisuras de la nobleza de los niños, la aparición sin explicación lógica de un bebé en un campo minado, etc.) que es imposible no pensar que Ghobadi no hizo sino adaptar una historia prefabricada, una estructura bastante convencional de tragedia, al contexto que decidió filmar.
Al no asumir el punto de vista de las víctimas, los personajes terminan por volverse piezas en un rompecabezas cuyas consecuencias se les escapan, simples engranajes en una máquina narrativa. Y es por ese lugar por el que se filtran las sospechas de que Ghobadi no está sino explotando a los niños para lograr sus propios objetivos, que aunque loables (como lo será siempre una crítica a la guerra), se ven cuestionados seriamente por esa sospecha.
Al ver Las tortugas también vuelan no pude dejar de sentir que Ghobadi estaba demasiado preocupado por entregar su mensaje político y muy poco atento a sus personajes y a los mismos actores que los encarnan, a ver el horror de la guerra a través de sus ojos. En ninguna escena se hace esto más evidente que cuando el niño sin brazos tiene su visión de la guerra que se aproxima, visión que en vez de estar construida en base a sus propios recuerdos del horror se presenta como unos pocos segundos de aviones de guerra despegando de un portaaviones, misiles cayendo en Bagdad o tanques pasando por encima de la cámara, es decir, un resumen de noticias de CNN. Ésta no es la visión de la guerra del niño, sino la que tendría cualquiera de quienes constituyen el público objetivo de la cinta, que no son ni los kurdos ni los iraníes ni los iraquíes ni mucho menos los niños de un campo de refugiados, sino los espectadores de cintas extranjeras en EEUU y Europa.
Esta distancia con respecto del ser observado, por lo general de una región, etnia o condición social muy distinta al observador-cineasta, es un problema que el cine iraní ha resuelto utilizando, entre otros, dos mecanismos altamente efectivos: la improvisación o exploración documental del universo en que se trata de contar una historia (lo que implica muchas veces someterse a los vaivenes que dicta la propia realidad del rodaje y alterar la historia que se pensaba contar o al menos hacerla permeable a esta realidad), y la incorporación a la trama de un personaje ajeno al mundo narrado. El primer mecanismo se hace patente ya desde las primeras cintas que marcaron el surgimiento del cine iraní moderno como La vaca de Dariush Mehrjui (1969) o The house is black de Forugh Farrokhzad (1963) y es el que finalmente impide que el sujeto observado se conforme a una estructura predeterminada de comportamiento y personalidad; mientras el segundo mecanismo, que ha sido utilizado extensamente por Abbas Kiarostami (de quien Ghobadi fue asistente en El viento nos llevará), Jafar Panahi o Mohsen Makhmalbaf, sirve como una forma de cuestionar la propia mirada y por lo tanto evitar la "domesticación" del sujeto observado pese a su inevitable encasillamiento en ciertos marcos de ficción o "personaje".
Por supuesto estas no son las únicas dos salidas que existen, y al igual que en otras latitudes, cineastas como Jafar Pahani (en sus últimas cintas) o Samira Makhmalbaf (en sus primeras películas), han buscado otros mecanismos, como la construcción de personajes de personalidad más compleja o cuya verdadera naturaleza nunca nos es revelada del todo, seres llenos de matices y de difícil clasificación o tramas complejas y menos preestablecidas donde la sorpresa no existe como intervención de la realidad documental sino como bien pensada solución desde el guión.

Esta carencia de riesgo o cuidado a la hora de hilvanar la trama se refleja curiosamente en los momentos más logrados de Las tortugas también vuelan, las escenas en que la niña se ve enfrentada al bebé, a la relación confusa y contradictoria, altamente inquietante, de ella hacia él. Estos son los momentos mejor logrados de la cinta precisamente porque el personaje de la niña es el más complejo de todos y el único que, pese a ser víctima, muestra una fisura importante en la imagen idealizada de la víctima inocente. La niña es un ser con matices, con dudas, con maldad y odio. Sin embargo, sus apariciones no logran cambiar el perfil general de la cinta, sino más bien acentuar por contraste el maniqueísmo del resto de la trama y personajes.
A lo que voy es que no basta con hacer que niños reales actúen una trama para hacerla más auténtica si esta trama al final está tan rígidamente construida que lo mismo podría haber sido representada por actores. Para conmover y no explotar, Las tortugas también vuelan debió haber asumido antes que nada el punto de vista de los niños, lo que implicaba necesariamente haber alterado la estructura rígida y estereotipada, sin fisuras, de la tragedia que se quiere contar, o al menos haber puesto en entredicho la mirada externa, el punto de vista del que se narra.
Curiosamente el mismo Ghobadi en sus dos películas anteriores encontraba su propia solución a este problema del distanciamiento con sus actores-personas mediante el enfrentamiento de sus personajes (y del narrador) con el medio ambiente y la idea del viaje, del tránsito, que no sólo implicaba al personaje sino también al observador.
Pero Las tortugas también vuelan es la película de Ghobadi en la que la naturaleza está más ausente, reducida al papel secundario de un telón de fondo en el que pasan las desventuras de los personajes, sin adquirir nunca la fuerza y presencia física que inundaba A time for drunken horses (2000) y Marooned in Iraq (2002). Este elemento dotaba a sus películas de un anclaje vital poderoso y era el que las alejaba del peligro siempre latente de historias demasiado tópicas y personajes unidimensionales.
En este punto es importante notar cómo Las tortugas también vuelan carece, por ejemplo, de la nieve, elemento que en el cine de Ghobadi siempre tuvo una importancia fundamental (como el paso de los traficantes a través de la frontera en A time for drunken horses o la imagen final de Marooned in Iraq en que el protagonista se encuentra en medio de la nieve cargando a duras penas el bebé de su ex esposa).

Al ver Las tortugas también vuelan no podía dejar de pensar que una película que se plantea sin complejos como una obra política, con un mensaje y punto de vista claro, muchas veces en vez de permitir y propiciar el diálogo y el análisis, nos pone en una posición en la que se hace muy difícil emitir un juicio sin ser catalogados de insensibles o reaccionarios. Parece que la obra nos apuntara con una especie de pistola ideológica ante la cual debemos seguir la corriente que dicta la decencia y las buenas costumbres, lo políticamente correcto e incluso lo moralmente justo (¿quién podría mantenerse indiferente ante un niño que pierde los brazos con una mina antipersonal?). Sin embargo, de lo que hablamos es de una película y no de un proyecto político, de un tipo de cine que al igual que el arte político nos suele chantajear con la idea de que si rechazamos o cuestionamos la obra es porque en realidad estamos rechazando o cuestionando las ideas que dice defender.
Esta es una discusión que da para mucho, pero sólo quisiera decir que en el fondo tengo la sospecha que al renunciar a ser una obra más crítica de sí misma o más consiente de sus alcances y de la obligación que tiene para mantener la mirada a la altura de lo observado o de al menos estar consiente de la diferencia que separa al observador del universo retratado, al explotar a sus actores y manipular a su audiencia, una cinta como Las tortugas también vuelan se vuelve en el fondo bastante más conformista y menos libertaria de lo que quiere ser, pues perpetúa la eterna cadena de dominación económica y social que dice criticar y que se piensa está en la raíz misma de la intolerancia o el olvido en el que vive un pueblo como el kurdo. Creo que ante la tragedia de los niños de Las tortugas también vuelan el espectador occidental, en su acolchada butaca, sólo podrá experimentar lástima y en el mejor de los casos un pequeño arrebato de caridad, pero nunca salirse de su cómoda posición de observador ni entender un poco más al otro que aparece en la pantalla. Una buena película de denuncia al final no debería confundir nunca lástima por fraternidad ni caridad por justicia.


Lakposhtha hâm parvaz mikonandIrán-Irak-Francia, 2004.Dirección y guión: Bahman Ghobadi.Producción: Babak Amini, Hamid Karim Batin Ghobadi, Hamid Ghavami, Bahman Ghobadi.Fotografía: Shahriar Assadi.Montaje: Mustafa Kherqepush, Haydeh Safi-Yari.Música: Hossein Alizadeh.Elenco: Soran Ebrahim, Avaz Latif, Saddam Hossein Feysal, Hiresh Feysal Rahman, Abdol Rahman Karim.98 minutos.